jueves, 31 de mayo de 2012

La escritura (Parte 1)


 La escritura sólo es imaginable a través de los soportes empleados para albergarla, de los materiales usados para esgrafiarla, tallarla o pintarla. Frente a la cultura oral, cuya única depositaria era la memoria, con el nacimiento de la escritura se dio paralelamente la utilización de múltiples y variadísimos soportes y el desarrollo de muy diversas técnicas para realizarla.

 Puede decirse que casi cualquier material susceptible de ser pintado, ya sea de origen orgánico, animal o vegetal, ya inorgánico, piedras o metales, han servido alguna vez como soporte de escritura. Realizar una historia de la escritura lleva aparejado inevitablemente contemplar un estudio de los materiales en que ésta se ha desarrollado, pues la elección de los mismos depende de factores que van desde los conocimientos y técnicas desarrollados en una determinada zona, como lo fue el papiro en Egipto, al uso de materiales a mano, sencillos de usar o económicos, como la madera, las tablillas de cera o la pizarra; o al empleo de la escritura con fines sociales y políticos que buscan establecer mensajes duraderos, a ser posible perennes, que alcancen a toda la población, como las inscripciones monumentales romanas en piedra. Por otra parte, el uso de distintos materiales no sólo comporta distintas técnicas, sino que condiciona también la evolución misma de la escritura, tanto si se trata de sistemas ideográficos, como los jeroglíficos, logogramas, silabarios o escritura alfabética. De hecho en la evolución de la escritura alfabética se operan cambios sustanciales, como se puede ver en la escritura de Roma, desde las primeras inscripciones capitales, monumentales o rústicas, al uso cursivo de la misma dado en los grafitos de las paredes o en los rollos de papiro, desde las antiguas escrituras a las nuevas cursivas que comenzaron hacia el siglo III d.C.

 Por contra, la evolución de la escritura causa, en ocasiones, que textos escritos en un soporte se trasladen a otro al copiarlos, dada la antigüedad de los tipos gráficos que se vuelven cada vez más incomprensibles, como ocurrió con muchos textos escritos en papiro, que al copiarlos en una escritura más “moderna” o inteligible en épocas posteriores, se reprodujeron en pergamino. La interrelación entre escritura y soportes materiales es tan evidente que la existencia misma de algunas ciencias ligadas a ella se define en función de éstos, al menos en su concepción más restringida. Así tradicionalmente, y casi sin oposición hasta la mitad del siglo XX, se han venido marcando distinciones entre ciencias como la epigrafía -destinada al estudio de la escritura y los textos inscritos en materiales duros, como la piedra o el mármol-, frente a la paleografía -que se encargaría del estudio de las escrituras antiguas, pero con exclusión de esos materiales duros-; y entre ésta y la papirología, dedicada fundamentalmente a la escritura realizada sobre este material o, en todo caso, a aquellos tipos de escritura que participan de caracteres similares a ésta en su forma o ejecución, aunque el soporte sea distinto. Aunque los conceptos se han perfeccionado y el objeto de estudio de cada una de estas áreas se ha perfilado con bastante más nitidez en la segunda mitad del siglo XX y se tiende a una concepción globalizadora del estudio de la escritura que integre los diferentes campos desde los que ésta puede abordarse, las definiciones tradicionales apuntaban a la importancia intrínseca de los materiales y técnicas empleados en el arte de escribir. Importancia que sigue siendo reconocida, no obstante, de forma general, aunque puedan haber variado los conceptos de las ciencias que se ocupan de la escritura.     


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