martes, 5 de junio de 2012

Los soportes escritos (Papel)

La tradición atribuye el descubrimiento del papel a Tsi Lun, un oficial del emperador chino de la dinastía Han, en el año 105 d.C. Se conservan unas cartas del 137 d.C. La invención del papel triunfó definitivamente en China, desplazando a los habituales soportes como el bambú, la seda, la madera o el hueso. Este material, convertido en el soporte universal de la escritura, tardó, sin embargo, bastante tiempo en difundirse en Occidente. Al parecer los árabes lo copiaron a partir del 751 d.C., al descubrir entre los prisioneros de guerra, tras una victoria sobre los chinos cerca de Samarkanda, a algunos artesanos de la fabricación de papel. Pero hasta los siglos X y XI no empieza realmente a ser usado en Europa y, con todo, tardará en desplazar al pergamino. Sin embargo, puede decirse que la difusión del papel y su utilización masiva ha constituido uno de los avances mayores en la historia de la cultura, comparable al de la imprenta y estrechamente relacionado con ella.


            El papel fabricado en China contenía un elemento de origen vegetal: se extraía a partir de una monocotiledónea (morus papyrifera sativa), sin embargo, deja de fabricarse con ella a raíz de su difusión por Asia Central y luego por el Próximo Oriente y, finalmente, por Occidente. Los elementos básicos serán los trapos de lino y el cáñamo. Se deshacían en unas pilas y se dejaban macerar y fermentar en agua, para conseguir una pasta muy fina, a base de golpearla con martillos o con piedras de molino. Se formaba así un producto de fibrillas de celulosa que se depositaba en una cubeta metálica a temperatura constante, en la que se introducía un tamiz rectangular rodeado por un marco de madera, llamado forma y constituido por filamentos entrecruzados que componen una trama. Según la disposición de estos filamentos, así eran las formas y así daban lugar a distintos tipos de hojas, ya que con este utensilio se recogían las materias en suspensión que tenía la pasta de papel y con ellas se formaba una fina película que se extendía sobre un fieltro y así comenzaba a secarse. Las hojas resultantes se prensaban para alisarlas. Después se encolaban de una en una. Los árabes perfeccionaron mucho el usos de gomas para encolar a base de resinas o engrudos de almidón. Las hojas del papel suelen llevar una marca del fabricante, denominada filigrana, de origen italiano y documentada a partir de 1280. 


        La fabricación de papel se propagó rápidamente en los siglos XI y XII en Córdoba, Sevilla, Granada y Toledo. En Játiva había una fábrica importante hacia 1150, si no antes, y se encuentran restos de molinos papeleros en muchas zonas. Su éxito se debió a la abundancia de esparto, producto característico del primitivo papel español. Las fábricas italianas proliferaron también a partir del siglo XIII, siendo especialmente famoso el de la villa de Fabriano o las de Bolonia, Prato, Toscana, Génova, etc. y el uso del papel terminó por imponerse definitivamente en toda Europa. La fabricación del papel artesano culmina en el siglo XVIII con las fábricas de Cataluña, sin duda entre las principales y de mayor calidad de Europa, antes de la fabricación del papel industrial en los siglos XIX y XX.

Los soportes escritos (Pergamino)

Es la piel de un animal, generalmente ternera, cabra, oveja o carnero, tratada de forma especial para conseguir este soporte de escritura. Alguna vez se usan otros animales, pero de forma excepcional, como el antílope, con el que se fabricó el códice bíblico conocido como Codex Sinaiticus. El pergamino se obtiene a partir de la dermis de la piel del animal. Ésta se dejaba en remojo en agua durante un prolongado período de tiempo, después se le daba una lechada de cal para eliminar la epidermis, evitar que se pudriera y facilitar la eliminación del vello, que se hacía a continuación; finalmente se raspaba el tejido subcutáneo. Hasta este punto el procedimiento era idéntico o muy similar, tanto en el proceso de curtir el cuero como en el de fabricación del pergamino. Para ésta, una vez reducida la piel a una capa fina y limpia de la dermis se estiraba y tensaba sobre un bastidor, donde se goteaba, se raspaba con cuchillas de acero, pasando a continuación un trapo húmedo con agua y polvo calizo; esta operación se repetía varias veces, de modo que, a base de secar y mojar la piel tensa, se producía un reordenamiento de las fibras de colágeno que daban el aspecto característico de la trama del pergamino. Una vez quitada la piel del bastidor, se apoyaba sobre un caballete y se volvía a rascar, ahora en seco, con cuchillas de cierta curvatura, para hacerla aún más fina y flexible, luego se pulía con piedra pómez. Con las virutas que se desprendían del raspado se fabricaba la cola de pergamino, usada para teñir lana, para pinturas y para encolar papel.


            El nombre le viene de Pérgamo, ciudad de Asia Menor, fundada por Filetero en el 238 a.C. Según el autor latino Plinio, el rey Atalo I fundó la biblioteca que alcanzó su apogeo con el rey Eumenes II (197-158 a.C.), llegando a tener 200.000 volúmenes. Esta biblioteca competía con la de Alejandría, por lo que, según la tradición, el rey egipcio Ptolomeo Filadelfo dejó de suministrar papiro a la ciudad de Pérgamo, ante lo cual se desarrolló y perfeccionó en ella la fabricación de este soporte de escritura que terminó por sustituir al papiro. El primer testimonio de uso de pergamino es, con todo, antiquísimo: data del 2700-2500 a.C., durante la IV dinastía egipcia. Según Herodoto y Ctesias era muy usado entre los persas; el pergamino más antiguo conservado es, sin embargo, del siglo II a.C., contiene un texto griego y procede de Dura Europos. Entre los griegos recibía el nombre de dipthéra y entre los latinos el de membrana, nombre con el que era conocido mayoritariamente durante toda la Edad Media, así como el de charta membranacea. La denominación de pergamino arranca de la expresión membrana pergamenea usada por primera vez en el edicto de Diocleciano del 301 d.C., conocido como Edictum de pretiis rerum venalium; el término pergamenum fue usado por San Jerónimo (330-420). El pergamino fue el soporte por excelencia a partir de los siglos III y IV, hasta la introducción del papel por los árabes en Europa a finales del siglo VIII. Después de la difusión de éste, siguió siendo el material preferido para los códices miniados o iluminados durante mucho tiempo.

Los soportes escritos (Papiro)

Uno de los rasgos característicos de la cultura egipcia, junto con la escritura jeroglífica o el arte monumental de las pirámides, es, sin duda, el uso del papiro, una planta palustre de la familia de la ciperáceas (cyperus papyrus), que crecía abundantemente gracias al clima y carácter cenagosos de las márgenes del río Nilo en Egipto, así como en Siria, Etiopía y Palestina. Actualmente crece en pequeñas cantidades en Sicilia, si bien no se sabe con certeza si es autóctona o fue importada por los árabes en la Edad Media. El papiro se usaba con múltiples fines en el antiguo Egipto, como alimento rico en fécula, como materia prima para elaborar cestas, cuerdas, ropas, velas, calzados, incluso pequeñas barcas fluviales; para vendajes, ungüentos y fármacos; como planta aromática y como soporte de escritura. Para este uso la planta se cortaba y se preparaba in situ, aún fresca. Se aprovechaba la parte central del tallo, de sección triangular, se cortaba en láminas (philyrae) que se colocaban superpuestas y entrecruzadas sobre una tabla humedecida, formando capas (schedulae) que constituían la trama característica del papiro. Se golpeaban (bataneo) un poco para alisar el tejido, se prensaban y luego secaban al sol; para alisarlas se pulimentaban con un objeto de marfil o un caparazón de molusco. Las hojas resultantes (plagulae) se unían entre sí con una pasta de pegamento formada con agua, harina y vinagre, superponiendo el borde derecho de cada hoja sobre la siguiente y así facilitar el paso de una a otra del cálamo a la hora de escribir. Se formaban así los rollos de papiro, generalmente compuestos de unas veinte hojas, que se denominaban tomus, volumina, chartae. Era un material flexible, de tacto sedoso y brillante, con una tonalidad de blanco hueso. Existía una gran variedad de calidades de papiro, según el grueso de las hojas, la textura, el mejor o peor acabado de cada fase de preparación; se conocen diferentes tipos de época romana, pero, al parecer, los de mejor calidad y más finos eran los más antiguos egipcios, siendo los fabricados en época de los faraones Ramsés los mejores. Sobre el papiro se escribía con un cálamo hecho del tallo del junco, cortado a bisel.


            El papiro favoreció la proliferación y difusión de la escritura y, con ella, de la literatura. Se exportó a Grecia y Roma y fue el soporte más preciado de la escritura. Puede decirse, igualmente, que surgió el libro en el sentido moderno del término por lo que se refiere a la copia y distribución de ejemplares. Se sistematizaron los archivos, aparecieron las bibliotecas y la comercialización de ejemplares. No obstante era un material raro y carísimo, cuya producción fue disminuyendo con el tiempo, sobre todo a partir del s.III d. C. En época romana era tan cotizado y lujoso que sólo algunas personas tenían acceso a él.

            Por otra parte la conservación del papiro requería un cuidado especial. Los rollos se guardaban en recipientes de madera o de arcilla, para preservarlos de los insectos y se impregnaban de aceite, con lo que adquirían el tono amarillento característico. Sin embargo, la humedad y el calor eran sus enemigos fatales, de ahí su escasa conservación. Otra de las causas de la progresiva desaparición de textos escritos en papiro fue el que, debido al deterioro e, incluso, a la evolución de la escritura que convertía los antiguos textos en poco legibles, éstos se copiaron en pergamino, desapareciendo los primitivos escritos “originales” en papiro. Con la aparición del pergamino, más consistente, más abundante, aunque de laboriosa preparación también, el uso del papiro fue disminuyendo, especialmente a partir de los siglos III y IV d.C. Con todo se siguió utilizando durante la Antigüedad Tardía y Alta Edad Media, especialmente para documentos de cancillería imperial y pontificia, en las monarquías longobarda, carolingia, etc. El documento más antiguo conservado en papiro pertenece a la Tumba de Hemaka en Sakkara, correspondiente a un alto dignatario de la I dinastía egipcia, hacia el 3000 a.C. Entre los documentos conservados en papiro cabe destacar: diversos fragmentos de Fayum y Oxyrhynchus en Egipto, Los papiros de Herculano, Dura Europos y Palestina. Los de Rávena, documentos privados del siglo V al X d.C. Privilegios y documentos de la Cura Pontificia de diversos períodos, siendo el más antiguo el que contiene una epístola del Papa Adriano I a Carlomagno del 788 d.C. Existen también algunos códices medievales en papiro, si bien son muy escasos, como los que contienen textos de Flavio Josefo o de Hilario de Poitiers.

Los soportes inscritos (Piedra y metales)

La piedra es el material más consistente, no necesita preparación y es casi indestructible, salvo por la acción del propio hombre o de desastres naturales. Es el soporte por excelencia de la epigrafía griega y, especialmente, de la romana. En piedra se grababan las inscripciones triunfales, votivas, sepulcrales, decretos, etc. Dentro de los diferentes soportes, el más apreciado y noble era el mármol, bien pulimentado, de múltiples variedades locales. En Roma, aunque escaso hasta finales de época republicana, su uso se incrementó en época imperial. Además del mármol, el granito, basalto y cualquier tipo piedra en general. Entre los metales, el bronce es, sin duda, el más importante; resultaba muy costoso y difícil de grabar, pero era muy apreciado para escribir documentos jurídicos como decretos, leyes, diplomas militares, leyes de de patrocinio y hospitalidad, etc.; además tenía la ventaja sobre el mármol de su mayor movilidad.

            Para grabar una escritura sobre la piedra se realizaban una serie de actividades bien definidas: primero se cortaba la piedra, daba forma, y se hacían molduras, o decoraciones. Los encargados de estas tareas eran el lapidarius o el marmorarius A continuación, partiendo de un texto dado, posiblemente anotado en tablillas de cera, papiro u otro material, se diseñaba el espacio epigráfico que iba a ocupar en la piedra y se dibujaban las líneas, por donde debían trazarse las letras, así como las formas de éstas, con yeso, carbón o materia similar; esta labor la llevaba a cabo el ordinator, después se pasaba a esculpir la piedra, realizando una profunda incisión de corte triangular, cuadrada o semicircular, según la sección del instrumento, un cincel. Esta labor la realizaba el lapicida o sculptor. No obstante, no todas las piedras o metales necesitan de estas fases en su elaboración.           

             Junto a ellas merecen un capítulo aparte las inscripciones de carácter privado realizadas sobre plomo generalmente, de ejecución espontánea y rápida, habitualmente escritas en caracteres minúsculos y cursivos: las tablillas imprecatorias o defixorias, tabellae defixionum. Son textos de maldiciones y conjuros contra personas, donde se invocaban a las divinidades infernales, se “echaba mal de ojo”, o, por el contrario, se pedía protección; estos textos se esgrafiaban con un objeto metálico punzante, stilus, u otro similar y a veces se escribían del revés, boca abajo, de derecha a izquierda y se solían enterrar para no ser descifrados ni descubiertos. Se dieron a lo largo de la historia de Roma, en época republicana e imperial, e, incluso, más tardíamente. El plomo, así como otros materiales servían también para otras anotaciones rápidas o referidas a actividades cotidianas. La forma de incisión no necesitaba preparación previa ni del material, ni siquiera de dar forma al soporte, en todo caso cortarlo para reducir el tamaño, ni, por supuesto, de diseño previo del texto; se trataba, pues, de un esgrafiado directo de la escritura sobre la superficie. Cabe señalar, en este sentido, la pizarra, como soporte de escritura, de fácil grabado, ya que cualquier punta metálica, incluso otra pizarra o piedra de mayor dureza puede esgrafiarla.        
    Entre los metales, hay que mencionar, además toda la serie de anillos de oro, objetos de bronce, fíbulas y objetos en general incisos que en epigrafía se conocen bajo la denominación de instrumenta domestica. Entre ellos, por su especial técnica de grabado y la dificultad misma que entraña, cabe destacar las inscripciones, así como relieves y esculturas, en marfil de colmillos de elefante, práctica usada en la Antigüedad en el Sureste asiático y en la zona central y este de Egipto.

            Un grupo especial de escritura espontánea y directa sobre soportes duros son los grafitos sobre roca, piedras en general, muros, etc., si bien los más frecuentes son pintados, como los conocidos de Pompeya, también se encuentran esgrafiados en rocas, cuevas y abrigos naturales, catacumbas, muros o paredes diversas. Se conocen de todas las épocas y su práctica se ha prolongado hasta la actualidad, aunque preferentemente como graffiti pintados.

            Las diversas durezas de los materiales y la incisión que en ellos podía producirse en función del objeto utilizado, metálico o no, de punta más afilada o más roma, en función de la intencionalidad misma y de si era de ejecución rápida y espontánea, como los graffiti, o por el contrario, de cuidadosa preparación, todas estas circunstancias, en suma, pudieron influir en la esquematización y estilización progresiva de formas de la escritura, en los cambios operados en la cursivización de la forma de las letras o en la tendencia a abreviaciones (aunque en este caso también influyó decisivamente la escritura pintada en papiros y pergaminos, debido a la tendencia al ahorro de espacio, dado lo costoso de los materiales).

Los soportes inscritos (Madera y huesos)

 La madera fue otro de los materiales usados con profusión desde tiempos remotos. Ya utilizada, al parecer, en época sumeria, tuvo un empleo considerable en Egipto, junto al papiro. Tenía la ventaja de ser más abundante, barata y fácil de preparar. Podía usarse para grabar mensajes sin estar protegida o preparada, como hoy puede hacerse, pero su uso no deja de ser pasajero en esos casos. Normalmente se trataba recubriéndola de cera o blanqueándola con barniz; también se les aplicaba en ocasiones una capa de estuco en lugar de la cera. Cortada en formas regulares constituía tablillas que podían igualmente almacenarse. Se formaban dípticos con ellas, e incluso se les añadía una especie de asas para sujetarlas.

            En Grecia y Roma las tablillas enceradas fueron el principal soporte de escritura, tanto para uso público como privado. Se conservan algunas de ellas que contienen textos literarios, como los griegos de las fábulas de Babrio y poemas de Calímaco en Leyden y Viena, o de diverso tipo como las tablillas latinas de Pompeya, y son múltiples las referencias que pueden encontrarse, tanto en autores griegos, como latinos, sobre el uso y la difusión de las tablillas. Denominadas en griego: pinakis, deltion, pyktion grammateion y en latín: tabulae, tabellae, pugillares, cerae, podían contener cualquier tipo de escrito, desde declaraciones de guerra, poemas, cartas, documentos de negocios privados a ejercicios de escuela. Algunas tablillas se preparaban especialmente blanqueándolas con barniz o cal, las llamadas en griego leykoma y en latín tabulae dealbatae o album, y se utilizaban para documentos importantes, leyes, edictos, etc. En las tablillas de cera se esgrafiaba el texto con facilidad, con un estilo metálico u otro objeto punzante; y se borraban de manera también sencilla: normalmente los estilos tenían en el extremo opuesto a la punta, un acabado romo en forma de espátula con el que se raspaba la cera, se aplastaba y alisaba, reutilizándose nuevamente; esto era especialmente cómodo en la escuela. Con las tablillas, como muestra el mundo romano, se podían formar dípticos, trípticos y hasta polípticos, denominados caudices, de donde se pasaría después a la designación de los libros, en el sentido que universalmente tienen, cuando surgieron en los primeros siglos de la era cristiana, es decir, los códices. Estos polípticos, provistos de asas, se colgaban por medio de alambres tensados y se guardaban en los tablinia o tabularia, esto es, los archivos romanos.

            La madera también se usó en China para fabricar sellos, junto con la cerámica o el bronce, sobre la que se grababan signos. Si bien, en muchos casos la madera, así como otros materiales, tales como el bambú, las cortezas de árboles como el abedul o el áloe, los huesos de tortuga u otros animales, aunque pueden ser incisos, se suelen usar como material sobre el que se dibuja o pinta la escritura. La escritura antigua de pueblos germánicos, las llamadas runas, también aparecen incisas en objetos de madera: varas, cofres o cajas.

            Al igual que la madera, los huesos de ballena, tortuga y otros animales diversos también aparecen en diferentes civilizaciones como soportes de escritura, aunque mayoritariamente se pinta en ellos, también los hay incisos, con muescas y signos en épocas prehistóricas en Europa, en las runas, o en civilizaciones como la maya y la azteca, en América. También entre los árabes en la Edad Media se usaron los huesos incisos para esgrafiar textos mágicos e, incluso, versos del Corán.

Los soportes inscritos (Arcilla)

 En sentido estricto la escritura más antigua conocida es la cuneiforme sumeria del 3200 a.C. aproximadamente, conservada en tablillas de arcilla. No obstante, algunos autores consideran que, aunque la escritura entendida como “un sistema de comunicación humana por medio de marcas visibles convencionales” remonta a estas tablillas, no pueden, sin embargo, dejar de considerarse precedentes de la misma -en tanto que sistemas “escritos” de comunicación del hombre-, otro tipo de dibujos, anotaciones o marcas realizadas sobre soportes diversos: los petrogramas (pinturas rupestres), como las pinturas de la India, por ejemplo, o los petroglifos (tallas rupestres), o las diferentes formas de anotar cantidades y cuentas, generalmente en los inicios de cada civilización: marcas realizadas en hueso de águila de Le Placard (Charente) del período Magdaleniense medio, que muestran anotaciones de tipo de calendarios del hombre de cromañón europeo. 

 La arcilla es, pues, el material sobre el que se conserva la escritura más antigua; incluso las llamadas “cuentas simples” y “cuentas complejas” -fichas que representaban productos, de la zona de la Media Luna Fértil en el Oriente Medio, y que se suelen considerar como una protoescritura precedente de la escritura sumeria- son de arcilla, así como los envases en que se guardaban y las placas sobre las que se anotaban las cantidades y tipos de productos que esas cuentas representaban. La aparición de la alfarería facilitó el uso de la arcilla como soporte escriturario en el cuarto milenio a.C. Formadas placas muy finas, generalmente de tamaños similares, cuadradas y con las esquinas algo redondeadas, y cuando aún estaban húmedas y blandas, se incidían con una cuña de metal, marfil o madera. Su forma, generalmente lisa por la parte en que se escribía y algo convexa por la cara opuesta, facilitaba su almacenaje en nichos, huecos de la pared, nidales, que constituían así los primeros archivos. Los cantos de las tablillas llevaban consignados datos indicativos del contenido que podían leerse estando colocadas; así pues, junto a la escritura, surgía la primera aparición de formas de clasificación y archivo. De esta forma, la función de las tablillas, básicamente registros de contabilidad y actividades burocráticas, administrativas y comerciales, de los palacios sumerios, se ajustaba plenamente a las necesidades para las que habían sido creadas. Sin embargo, este material era pesado, de difícil transporte y muy frágil, y no facilitaba el desarrollo de la escritura como instrumento de expresión literaria, ni la aparición de bibliotecas como fondos de almacén y conservación de “libros”.

 Junto a la arcilla, la cerámica, los ostraka, terracotas, vidrio, que se graban antes de su cocción definitiva. No obstante, la mayoría de estos elementos pueden servir como soporte de escritura pintada y no incisa.

Escritura de India (Edad del bronce)


La escritura del Indo de la Edad del Bronce Media, que data realmente del principio de la fase de Harappa hacia el 3000 a. C., aún no ha sido descifrada.  No está claro si debería de considerarse como un ejemplo de protoescritura (un sistema de símbolos o algo parecido) o si es realmente una escritura de tipo logográfico-silábico de otros sistemas de escritura de la Edad del Bronce.




La Edad del Hierro y el auge de la escritura alfabética


El alfabeto fenicio es simplemente el alfabeto protocananeo en la forma en que se prolongó hasta la Edad del Hierro (tomada convencionalmente de la fecha umbral 1050 a. C.). Este alfabeto dio origen al alfabeto arameo y al alfabeto griego, así como, probablemente por transmisión griega, a distintos alfabetos anatolios y protoitálicos (incluyendo el alfabeto latino) en el siglo VIII a. C. El alfabeto griego es el que introduce por primera vez signos vocálicos (Dieron el último paso, pues separaron vocales de consonantes y las escribieron por separado).



 La familia brahámica de India probablemente tuvo su origen a través de los contactos arameos desde el siglo V a. C. Los alfabetos latino y griego a principios de la Era Común dieron pie a distintas escrituras europeas, como las runas, el alfabeto gótico y el alfabeto cirílico, mientras que el alfabeto arameo originó los abyads hebreo, sirio y árabe, y el alfabeto sudarábigo originó el alfabeto ge'ez.


Escritura precolombina (Edad del bronce)


Los sistemas de escritura mesoamericanos son creaciones originales de los pueblos que habitaron Mesoamérica durante la época prehispánica que se emplearon para registrar sucesos importantes en el desarrollo de esos pueblos. Al igual que en Mesopotamia, China y Egipto, Mesoamérica es uno de los lugares donde el desarrollo de la escritura tuvo lugar de manera independiente. La escritura de los pueblos mesoamericanos o por lo menos los sistemas que han podido ser descifrados parcialmente hasta nuestros días combinanlogogramas con elementos silábicos, a los que usualmente se suele calificar de escritura jeroglífica. Las investigaciones arqueológicas han documentado la existencia de menos de una decena de diferentes sistemas precolombinos de escritura en Mesoamérica, aunque las carencias de los métodos para fecharlos hacen muy difícil saber cuál es el más antiguo y, por ello mismo, el que sirvió de base para el desarrollo de los demás.

El mejor conocido de estos sistemas indígenas de escritura es la escritura maya del período Clásico. Algunos fragmentos de la literatura precolombina mesoamericana han sido conservados gracias al empleo del alfabeto latino del idioma español en la transcripción de las tradiciones orales de los pueblos que vivieron en el tiempo de la Conquista. Estas transcripciones se realizaron en ciertos casos —como el Popol Vuh de los quichés en Guatemala o los textos de los informantes de Sahagún en el Centro de México— en las lenguas de los propios indígenas, lo que ha permitido dar alguna luz de cómo eran esas lenguas en el tiempo de la Conquista. En ese tiempo también se destruyeron numerosos códices mesoamericanos —como en el caso del Auto de Maní, donde Diego de Landa quemó alrededor de veintisiete códices yucatecos; o el caso de Juan de Zumárraga que ordenó la destrucción de varios escritos indígenas en Texcoco—, de modo que son muy pocos los documentos indígenas que han llegado a nuestros días.


Escrituras Cretenses


Cuando Arthur Evans encontró vestigios de tres escrituras en Creta para la Edad de Bronce, Lineal A, Lineal B y otro más antiguo, consideró acertadamente este último como anterior en el tiempo a los que él denominó Lineales, pero erró al llamarlo jeroglífico o pictográfico por su parecido, a primera vista, con el jeroglífico egipcio.

No es un sistema de escritura pictórico, sino que, juzgando por el número de símbolos que conocemos (unos cien), es un silabario. Sin embargo, es tan poco el material que se conserva y su contenido es tan breve y recurrente que es prácticamente imposible descifrarlo de momento. Se desconoce, por tanto, la lengua que se esconde detrás de esta escritura.

El "jeroglífico" cretense coexisitió con el Lineal A, por ejemplo en los archivos del palacio de Malia.
El Lineal A tiene unos 10 signos que se puedan encontrar también en el "jeroglífico" cretense con un parecido muy razonable. Por ello y por otras razones se sospecha que puedan estar emparentados, pero son sistemas de escritura distintos tal vez para diferentes lenguas habladas en el mismo lugar.

sábado, 2 de junio de 2012

Trabajo y útiles de los copistas (Parte 2)


    La perforación se podía hacer de una vez sólo sobre un folio o sobre varios, lo que también daba lugar a tipologías distintas. Una vez trazadas las perforaciones, se procedía al pautado o rayado de la página. Sobre la base de los orificios antes realizados se trazaban las líneas de pautado, que también ofrecen gran variedad, dependiendo de zonas y épocas. Las líneas rectrices son las que se usan para escribir el texto, pero también había líneas de justificación marginales, horizontales o verticales, que enmarcaban también el texto. Se creaba así una especie de falsilla sobre la que escribir. Por otra parte, se daban también ciertas marcas como signaturas y reclamos que indicaban el orden de los pliegos: las primeras consistían en una numeración en un extremo de la página, los segundos en escribir al final de una página (normalmente en el margen derecho inferior) la primera o primeras palabras de la siguiente.



       Para la escritura se usaban tintas y tinteros, así como productos de fijación para las mismas. El uso de las tintas se remonta ya al tercer milenio a.C. Se usaba el negro de humo mezclado con goma. Se obtenía una pasta que se solidificaba y que había que diluir para escribir. Había tintas de origen vegetal, fácilmente borrables con una esponja húmeda; en la Edad Media comienzan a usarse otras obtenidas de elementos metálicos. Generalmente se componía de elementos como vidrio, nuez de agallas, vitriolo, goma, cerveza o vinagre. Las tintas eran principalmente negras, aunque la civilización primitiva china las usaba también rojas. De este color se empezaron a usar en Occidente en la Edad Media. Para obtener estos tonos se recurría a otros productos, así la púrpura, extraída de las glándulas de moluscos gasterópodos-, el cinabrio, el carmín o las tierras coloreadas, como la sinópica, además del oro o la plata. Para la escritura estas son básicamente las tintas usadas; sin embargo, un capítulo aparte merecen las tinturas y colores usados en la iluminación de manuscritos, donde se consiguen una gran variedad de tonos por diversos procedimientos.

Trabajo y útiles de los copistas (Parte 1)


   La iconografía existente en los manuscritos iluminados muestra cómo escribían los copistas los rollos o códices. En ella se aprecian los escritorios, las mesas de trabajo, los diversos utensilios para escribir o iluminar e, incluso, las posturas habituales para trabajar: de pie, sentados sobre taburetes, piedras, y reclinados sobre el pupitre o mesa o con una tabla apoyada en las rodillas y fijada a la mesa... hasta sentados en el suelo, o apoyados sobre la rodilla. Según se ha indicado, frente al estilo o el cincel y demás objetos punzantes para la incisión en la escritura característica de los soportes denominados tradicionalmente duros, los usados por los copistas para escribir sobre papiro, pergamino o papel son básicamente el pincel, tallado a bisel y que exigía grandes dotes caligráficas, el cálamo, tallado en punta, de manejo más fácil y, especialmente a partir del siglo IV d.C., la pluma de ave, ganso u oca. Estos útiles se cortaban con un cortaplumas y se afilaban, especialmente la pluma, con piedra pómez o piedra de afilar. Para guardarlos se utilizaba un estuche denominado stilarium, graphiarium theca libraria o calamarium. Fundamentales también para la preparación del códice y para la escritura eran otros instrumentos como: compás, punzón, regla, lápiz de plomo, raspador y esponja.



    El códice se componía de una serie de fascículos, cuya unidad mínima es el bifolio o doble folio, y puede ir aumentando progresivamente su número. Estos folios se doblan y pliegan de diferentes modos y con ellos se formaban distintos cuadernillos. Los formatos y tamaños pueden variar. Una vez formado el códice, constituido el libro, se procedía a preparar las hojas. Primero se perforaban para marcar unos puntos iniciales y finales, sobre los que se marcarían las líneas rectrices por donde debía transcurrir la escritura. Para la perforación se podían utilizar varios instrumentos: el cortaplumas, el punzón, una pequeña rueda dentada, un instrumento de base triangular o una especie de peine metálico. Según fuese el objeto, así dejaba las finas marcas sobre el folio.